martes, 6 de octubre de 2015




 

  

El 24 de setiembre se fue la vieja. En pocos días iba a cumplir 92. 

La última vez nos abrazamos más que otras veces. Habrá sido intuición. Nunca se sabe.

Estaba bien. Totalmente lúcida. Frágil. Pero sin achaques degradantes, aunque ella se quejara de que ya no podía hacer algunas cosas que extrañaba, como leer novelas o historia, en libros “con letra chiquita”.

Hablamos de todo. Hasta de política, que le encantaba. No se perdía una cadena de Cristina y la seguía defendiendo. “¡Dejate de embromar, nene! Acordate como era antes de Cristina y Kirchner, lo que hicieron los otros y que ahora quieren volver…”, me sermoneaba.

No tuvimos que esforzarnos para hablar de aquella promesa hecha en épocas duras, cuando la biología no era la única causa que definía la hora de salida. Ninguno vería al otro en situación indigna. Nos recordaríamos así, como en ese momento. Lúcidos y a los abrazos. Claro que lo dijimos como si lo inevitable fuera a pasar dentro de cien años.

Estuve pensando si fue feliz. No se por que es lo único que realmente me importa. Estoy seguro que vivió aliviada sus últimos treinta y tantos años. Y que a veces fue feliz.

Tuvo cuatro hijos. Dos yernos. Tres nueras. Trece nietos. Siete bisnietos.

Se fue Olguita. Brilló con luz propia en el mar de fueguitos que según los Neguá -contó Galeano- se pueden ver desde el cielo.

C.V.