martes, 27 de febrero de 2018



Hugo Yasky, sobre la convergencia de sindicatos y movimientos sociales

"Compartir un plan de lucha y una propuesta de país"

El dirigente gremial señaló que se trabaja en la creación de “un espacio que le dé organicidad a la convergencia” de sindicatos y organizaciones sociales que participaron de la marcha del 21F.
La idea, añadió, sería crear “una especie de MTA (Movimiento de Trabajadores Argentinos) en el que se pueda compartir un plan de lucha y una propuesta de país”.
 “Se está discutiendo hacia adentro de las organizaciones cómo plasmar un espacio que le dé organicidad a esta convergencia entre distintos sectores entre el sindicalismo y los movimientos sociales”.
“Tratar de conformar un nuevo espacio organizativo que sea transversal a todas las centrales existentes en este momento” y que sea “capaz de darle a todos los sectores la misma posibilidad de compartir un programa de lucha, una propuesta de país”.

Educación sexual para decidir. Anticonceptivos para no abortar. Aborto legal, seguro y gratuito para no morir.

cv

miércoles, 21 de febrero de 2018


El movimiento obrero argentino es único en el mundo. Por eso lo necesitan anestesiado. Pero cuando se echa a andar, hace tronar el escarmiento.
cv

lunes, 5 de febrero de 2018



Respetamos a Rafael Correa y la Revolución Ciudadana.
No obstante, creemos que va siendo hora de analizar por qué los impulsos posneoliberales en la región, fueron siendo derrotados uno a uno. Ahora claramente en Ecuador. Solo va quedando Bolivia y, con pronóstico reservado, Venezuela (Cuba es otra cosa. Hubo una revolución que dio lugar al primer pueblo y territorio liberado de nuestramérica. No se puede comparar)
A ésta altura no parece serio justificar diciendo que a "la gente" le empezó a ir mejor –a veces directamente bien-, entonces se aburguesó y terminó votando cualquier cosa.
Las experiencias posneoliberales no fracasaron porque fueron fan-tas-ti-cas. Se fueron agotando precisamente cuando el viento de cola comenzó a golpear de frente. Levantaron el pie del acelerador y nunca se plantearon orientarse a la resolución de los temas estructurales impostergables.
Las alianzas políticas entre las pequeñas y medianas burguesías con el sufrido pueblo pobre (muchas veces cliente), se mostraron impotentes para “ir por todo”, desafiando abiertamente a las trasnacionales, las burguesías terratenientes y los grandes grupos empresarios locales. No solo no los enfrentaron consecuentemente. Pactaron con ellos aduciendo que era posible ganarlos para un proyecto nacional de desarrollo.
Nunca fueron experiencias de democracia popular, desde las cuales se hubiese podido neutralizar a esas oligarquías dominantes.
Tampoco se plantearon la liberación nacional, promoviendo reformas agrarias integrales y recuperar (o en muchos casos alcanzar por primera vez) la independencia económica.
No se dieron pasos efectivos hacia una auténtica integración regional que apuntase a la creación de un mercado común de la patria grande para 600 millones de ciudadanos consumidores.
Ahora bien, si no se hizo –ni siquiera se planteó o simplemente pensó- en condiciones muy favorables y muchos años de gestión (Una década en el siglo XXI, con el actual desarrollo de la revolución científica, técnica e informática es un plazo amplísimo. Y muchos gobiernos estuvieron más que eso) ¿se puede entonces pensar que a futuro lo harían con viento de frente y en el marco de una furibunda crisis capitalista mundial que parece estar muy lejos de resolverse en un nuevo ciclo de crecimiento?
La única verdad es la realidad. Una realidad agobiante y devastadora, a la que solo cabe oponerle un proyecto de liberación que permita transformarla en favor de las mayorías populares. Desde cada patria chica, pensando en la integración regional.
Proyecto de liberación que excede la hegemonía de la alianza política de la pequeña y mediana burguesía y pueblo pobre, clásica de las movidas posneoliberales recientes. Requiere la centralidad de la clase obrera y el conjunto de los asalariados; en alianza si, con el pueblo pobre y aquellos sectores de la pequeña y mediana burguesía menos parasitarios, los más interesados en sostener un modelo productivo nacional-latinoamericano.
Es hora, en toda la región y particularmente en Argentina, que los sectores nacionales y populares de pequeña y mediana burguesía abandonen los falsos paradigmas diet y retomen las ideas del nacionalismo popular revolucionario, integrándose desde allí a esa alianza para la liberación junto con los trabajadores y el pueblo pobre.
A la vez, es necesario que el socialismo revolucionario, la izquierda de raíz internacionalista, abandone las –muchas veces intrascendentes- políticas testimoniales. Regocijarse tirando piedras a los techos solo lleva a la frustración política.
Desde el Nacionalismo revolucionario y el socialismo revolucionario, se debería comenzar a pensar y trazar los caminos al poder. En la etapa, golpeando juntos, aunque se continúe marchando separados.
Y ambos entender que la centralidad de la construcción, pasa por los trabajadores, prestando especial atención al movimiento obrero, donde existen cuadros valiosos con capacidad de conducción y alta representatividad. En toda la movida regional, Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, seguramente tendrán la mayor responsabilidad, porque es en ese cono sur donde existe la mayor concentración obrera, con una larga historia de lucha enfrentando a las respectivas oligarquías dominantes.
No es necesariamente así en el resto de la región, donde se tejen alianzas políticas con características varias, auténticamente vernaculizadas, adaptándolas al entramado de clases y sectores disponibles en cada lugar. Pero no debería ser el caso del cono sur, donde la clase obrera y los trabajadores asalariados, son la fuerza decisiva, por su número, concentración y, especialmente, el lugar que ocupan en la producción.

CA