viernes, 2 de mayo de 2014




Prólogo

En las vísperas del golpe de estado del 4 de junio de 1943
se crearon las condiciones de un período de inestabilidad política que,
a través de distintas fases y con diversos grados de intensidad, 
se prolongó hasta octubre de 1945. 

En aquellos años se desenvolvió una transición 
entre las formas agotadas de la democracia fraudulenta, 
bajo las cuales se enmascaró el poder oligárquico durante la “década infame”, 
y la irrupción de un régimen de base popular, 
construido en torno a una estructura que, 
por su singular equilibrio interno, 
bien puede ser considerada de tipo bonapartista. 

Justamente un siglo antes, 
Carlos Marx había sido el primero en hacer alusión 
a este tipo de fenómenos históricos, 
producto de una especial paridad de fuerzas, 
al estudiar la etapa que media entre 
la revolución francesa de febrero de 1848 
y el golpe de estado de Luis Napoleón de diciembre de 1851. 

Con singular perspicacia el revolucionario alemán 
describió una situación de crisis general, 
en la cual el antagonismo de perspectiva catastrófica 
entre el proletariado y la burguesía, 
había dado lugar a la aparición de una jefatura 
en cierto modo arbitral, 
cuyo papel fundamental era el de reorganizar compulsivamente 
al bloque tradicional, 
debilitado por el fraccionamiento de las clases dominantes 
y por la escisión entre la clase y sus expresiones políticas. 

Marx destacaba en ese entonces el juego independiente 
que adquiría bajo esas circunstancias el aparato del Estado 
y su influyente burocracia. 

Sin embargo, 
el fundador de la Internacional distinguía muy bien 
el bonapartismo reaccionario que encarnaban Luis Bonaparte o Bismarck,
del que habían llegado a expresar a consecuencia 
de reagrupamientos sociales de naturaleza progresiva, 
Julio César o Napoleón I. 

Posteriormente Antonio Gramsci advertiría 
sobre el carácter polémico-ideológico 
de la fórmula en cuestión y en consecuencia, 
sobre la necesidad de examinar cada situación 
a través de su trama histórica concreta. 

Para el brillante marxista italiano, 
el ciclo posible del bonapartismo como mediación 
entre fuerzas progresivas estaba concluido, 
y por lo tanto su reaparición en el curso de la lucha entre clases inconciliables, 
no haría más que agudizar el enfrentamiento.

Pero si en el siglo XX, 
interpuesta en el campo del antagonismo fundamental 
entre el proletariado y la burguesía metropolitanos, 
la solución providencial resultaba francamente reaccionaria, 
en los países atrasados y dependientes, 
en los cuales el equilibrio interno había sido alterado 
por la penetración imperialista, 
el bonapartismo podía todavía llegar a ser 
la expresión de una serie de clases sociales empeñadas 
en el desenvolvimiento de las tareas nacionales y democráticas. 

León Trotski había observado tal propensión 
en las jefaturas de ciertos movimientos nacional burgueses 
de América Latina, particularmente en México 
de la segunda parte de los años 30’ 
bajo el gobierno del general Lázaro Cárdenas, 
cuya naturaleza arbitral se imponía sobre 
la debilidad de la burguesía nativa 
y la inmadurez de las masas recientemente proletarizadas, 
a las que atraía por sus consignas populares y antiimperialistas 
y sobre las que ejercía un estricto control.

Precisamente en Argentina, 
el período que se extiende entre principios de 1943 y fines de 1945, 
exhibe los rasgos característicos de las situaciones 
en cuyo seno se gestan las soluciones bonapartistas. 

En ese lapso, 
que prácticamente abarca la historia del régimen del 4 de junio, 
los acontecimientos probaron la existencia de 
una crisis de hegemonía dentro del viejo bloque dominante, 
que tras la muerte del general Agustín P. Justo 
carecía de una jefatura capaz de reorganizar en sentido amplio 
todas sus fuerzas, 
y de una quiebra de representatividad 
por parte de los partidos populares, 
asimilados de una u otra forma al sistema oligárquico. 

La vieja clase dirigente se había dividido entre conservadores y liberales, 
y estos últimos, en minoría en el gobierno de Castillo, 
no contaban con apoyo de la burocracia del estado 
ni con suficiente influencia en las fuerzas armadas, 
como para intentar una recomposición del bloque por arriba. 

A su vez el radicalismo, 
agotado su contenido original, 
derivaba en la degradación alvearista y, finalmente, 
socialistas y comunistas, 
cada vez más alejados de las grandes masas de reciente proletarización, 
se erigían en el ala izquierda del frente tradicional.

Simultánea a la crisis de hegemonía 
y a esa pérdida de representatividad 
del régimen en su conjunto, 
el capitalismo que se desarrolló 
a la sombra de la bancarrota del 29’ 
y de la guerra mundial, 
creó nuevas necesidades cuya satisfacción 
entraba en colisión con el clásico programa librecambista. 

El nacionalismo militar del 4 de junio 
constituyó la primera manifestación de esa necesidad, 
pero ni los hombres del GOU 
ni la burguesía nacional, 
tenían capacidad para quebrar el equilibrio inestable 
que se estableció tras el golpe militar. 

Por lo tanto la crisis de poder que estalló 
en octubre de 1945 resolvió de modo original el dilema. 

Ya que el bloque tradicional no podía seguir 
ejerciendo la jefatura de la nación, 
y ni los burgueses nativos ni su expresión subrogante, 
el nacionalismo uniformado, 
estaban en condiciones de establecer 
los principios de su propia hegemonía, 
la solución a la crisis habría de adquirir un carácter bonapartista. 

Bajo estas circunstancias, 
la conducción de Perón encerró un doble significado. 

De una parte resultó ser la fórmula inevitable de 
un movimiento signado por la contradicción 
entre el carácter proletario de su base y 
el contenido burgués de su programa y, 
de la otra, fue la consecuencia de un equilibrio, 
dentro del cual las fuerzas progresivas 
avanzaron hasta cierto punto, 
pero dejaron intactas las bases sociales 
del orden oligárquico-burgués.

Precisamente esa particular correlación política y social 
fue la que fijó en buena medida la progresividad 
y los limites del peronismo en el poder 
y el papel de su jefe, 
cuyas respectivas historias están altamente 
condicionadas por el período preparatorio 
que culmina el 17 de octubre de 1945.




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