jueves, 25 de diciembre de 2014



Cristianismo originario y No Violencia

Este es un texto importante del maestro Adolfo Pérez Esquivel. De su libro “Caminar junto a los pueblos”. No refiere específicamente a la Navidad, pero si al auténtico cristianismo.

El texto de A.P.E., hace evidente que, no es cristiano el que quiere, sino el que puede. Que no es para cualquiera vivir conforme a la solidaridad incondicional y no violencia absoluta que el Cristianismo originalmente propuso. Un camino de puro amor. Por eso ser auténticamente cristiano es una conquista, no una herencia.

Para reflexionar, en esta Navidad.

C.V. 

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"En los Hechos de los Apóstoles vemos crecer el germen y fer­mento de una sociedad nueva: ellos comparten sus necesidades, su trabajo y servicio, su compromiso y oración con la comunidad. Los primeros cristianos no fueron víctimas pasivas, a las que los roma­nos conducían al matadero del Circo para diversión del Emperador. Fueron perseguidos y reprimidos porque el imperio comprendió la fuerza liberadora de ese movimiento de Fe que al crecer ponía en peligro al Estado. Los cristianos cuestionaron las injusticias y las enfrentarona la luz de la Fe Crística. No se dejaron doblegar y la resistencia de las catacumbas salió a la superficie y poco a poco se fue afirmando en amplios sectores sociales.

Para los primeros cristianos las opciones estaban claramente definidas en los primeros siglos. Vivieron y actuaron con la no vio­lencia como forma de vida y según la comprensión y los valores de las palabras de Cristo.

Estos ejes comenzaron a cambiar cuando el Emperador Cons­tantino en el año 313 se convierte al cristianismo y lo proclama la religión del Imperio. A partir de este hecho la relación entre la Igle­sia y el Estado es cada vez más importante y se produce una cre­ciente influencia del Imperio en la Iglesia.

Hildegard Goss-Mayr, en su libro “Evangelio y lucha por la Paz” explica cómo: “cuando los cristianos se hallaron en puestos de go­bierno y grandes responsabilidades, tuvo que formularse una polí­tica con arreglo al espíritu y las exigencias del Evangelio. Es ahí donde surgieron las traiciones, dado que comenzó a identificarse cristianismo e imperio romano. El problema se agravó cuando esta­llaron en el interior del imperio las luchas por la liberación, y sobre todo cuando las tribus germánicas invadieron el imperio.

Se planteó entonces la cuestión: ¿Cómo reaccionar ante la invasión de los bárbaros? Fue frente a esta situación política cuando San Agustín  (354-430) formuló por primera vez las premisas del “Bellum  Justum” de la teología de la violencia justificada: en determinadas circunstancias, estaría permitido a los cristianos defender militarmente el imperio contra los invasores… Razón por la cual formuló unas condiciones rigurosas:

1.- Tenía que tratarse de una guerra defensiva.

2.- Tenía que ser objetivamente una causa justa.
3.- Los civiles debían ser protegidos.
4.- Los sufrimientos causados por la guerra debían ser inferio­res a los de la situación creada.

Esta teología fue desarrollada por Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, y después por Vitoria. Hasta Pio XII, los teólogos aña­dieron otras limitaciones al “Bellum  Justum”, especialmente frente a la guerra moderna.

No obstante hay que ver con claridad que, a causa de esta primera justificación de la guerra por San Agustín -basada sobre el derecho natural y la concepción de la Pax Romana, y que es contra­ria a la no violencia de Jesús- nuestra teología cristiana se retrotraía a la posición del Antiguo Testamento, en virtud de la cual volvíamos a dividir otra vez a los hombres en amigos –a los que hay que proteger- y enemigos –a los que se puede matar-, exactamente lo contrario a lo que Cristo vino a revelarnos”

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