miércoles, 3 de septiembre de 2014



La discusión sobre el pensamiento nacional y las tradiciones políticas argentinas.

Pasado y presente de la tradición nacional popular
Por Eduardo Jozami (*)

ES CORRIENTE ASIGNAR A LA TRADICIÓN UN sentido conservador. La idea se vincula con la herencia cultural, la afirmación de legados, el rescate de momentos y figuras del pasado: todo ello podría considerarse a contramano de la tendencia dominante desde la emergencia de la Modernidad que afirmó la creencia en un progreso ilimitado como norma del desarrollo de las sociedades.

Sin embargo, a pesar de que allí se generaba una mirada optimista hacia el futuro, desde entonces los cambios más radicales han buscado siempre su anclaje en el pasado. La Revolución Francesa que quiso fundar de nuevo la historia, instalando un nuevo calendario, inspiró su liturgia en la república romana y, también, en los escritos de Mariano Moreno, que están en el origen de nuestro proceso emancipador, donde las referencias a Rousseau y a otras novedades del pensamiento de la Ilustración se acompañan con citas de la más antigua legislación foral española.

Toda tradición se construye y redefine a partir de las necesidades del presente. La llamada “tradición nacional popular argentina” no constituye una excepción. Múltiples expresiones de resistencia de los caudillos provinciales a la hegemonía porteña jalonaron las primeras décadas de vida independiente, hasta que se consolidó el proyecto de inserción dependiente del país en el mercado mundial.

El radicalismo, en su lucha por la reivindicación del sufragio, retomó esas tradiciones del federalismo como movimiento popular del siglo XIX. Sin embargo, Hipólito Yrigoyen se cuidó de poner límites a esa filiación, en la medida que pudiera excluir el legado del liberalismo argentino: en un país donde el fraude y la violencia política que excluía a las mayorías reinaban de hecho pero cuya Constitución Nacional no establecía restricciones al voto universal masculino, este derecho a la participación electoral podía fundarse también en la norma liberal de1853.

Más tarde, la tarea realizada por Forja, en la década de 1930, profundizó el legado radical acentuando sus aspectos más populares y generó un discurso nacionalista en lo económico que trascendía el pensamiento de Yrigoyen. Más allá de las complejidades de la relación entre Perón y los forjistas, no caben dudas de que el de Arturo Jauretche y sus compañeros sería el principal aporte doctrinario al peronismo, movimiento al que se incorporarán muchos dirigentes radicales. A izquierda y derecha del espectro político, también otros grupos se incorporaron al nuevo movimiento.

Perón retomará desde la Secretaría de Trabajo los proyectos de leyes laborales presentados, en su momento, por los diputados socialistas y, a pesar de la oposición cerril de los dirigentes del PS, ingresarán al peronismo muchos dirigentes sindicales del socialismo, junto a intelectuales nacionales como Manuel Ugarte, que siempre enfrentaron la línea liberal dominante en el partido.

En cuanto al Partido Comunista, Rodolfo Puiggrós, principal de las figuras escindidas a comienzos del gobierno de Perón, se convertirá en una de las fundamentales referencias intelectuales para el peronismo setentista.

En la formación del discurso del peronismo de la resistencia también tendrían gran influencia intelectuales de origen trotskista y de la izquierda nacional, entre los cuales Jorge Abelardo Ramos fue el más notorio.




Luego de los intentos frustrados por constituir tradiciones de las llamadas “terceras fuerzas”, que no llegaron siquiera a consolidarse como identidades políticas, la emergencia del kirchnerismo abre a comienzos del nuevo siglo otra etapa del movimiento popular. El tronco principal de esta experiencia, que rescata al movimiento creado por Perón de la ciénaga menemista, proviene del justicialismo, pero la presencia de otras vertientes es, sin embargo, significativa. Esta composición plural se suma a la originalidad del discurso kirchnerista y al dato cierto de que muchos dirigentes provenientes del Partido Justicialista –que siguen expresando el giro neoliberal de los años 90–militan en contra del actual proceso político, para advertir que el kichnerismo constituye claramente un momento político diferenciado en relación con el peronismo originario.

Un recorrido tan sumario y elemental por nuestra historia política sólo se justifica por la necesidad de enunciar algunas conclusiones.

Resulta evidente que las fuerzas asociadas a la tradición nacional popular–en la que incluimos al radicalismo yrigoyenista–han ocupado siempre el centro de la escena en los momentos de transformaciones profundas en la vida política y en la sociedad argentina, pero también es cierto que, en cada caso, se han constituido nuevos alineamientos que modificaron el cuadro político preexistente, y que el discurso de las nuevas fuerzas recepta contenidos y formas del lenguaje y la acción política que provienen de diversas corrientes ideológicas y tradiciones culturales.

Nada más lejos de reflejar este proceso rico y contradictorio que la postulación de una tradición nacional compacta, un pasado ya plenamente configurado en el que podamos encontrar soluciones a todos los interrogantes.

En consecuencia, la referencia al revisionismo histórico –aporte fundamental hace más de un siglo para cuestionar la visión liberal de la historia argentina– mal puede agotar la consideración de los problemas que hoy plantea la cuestión nacional popular. En principio, porque no se trata de afirmar una línea única que en cada circunstancia haya expresado la posición nacional sino de recoger todos los aportes que, muchas veces desde trincheras diferentes y hasta enfrentadas, se han hecho para la construcción de la memoria popular y el proyecto emancipador. 

Por otra parte, por razones de época, poco encontraremos en el revisionismo sobre muchas cuestiones que interpelan hoy a la cultura nacional popular: la historia de los trabajadores y las mujeres, el pasado de las izquierdas o los nuevos temas vinculados a la expansión de derechos, a una igualdad más plena y al reconocimiento de la diversidad sexual.

En suma, concebimos una tradición nacional popular renovada y abierta a recibir todos los aportes, un texto que está siempre reescribiéndose, antes que el Gran Libro en el que ya se encontrarían todas las respuestas. Una cantera de pensamientos y experiencias en la que debemos sumergirnos con la pasión del coleccionista o el buscador de perlas –como quería Walter Benjamin– para recoger otras voces y recuperar episodios menos frecuentados.

La historia oficial construida desde el poder, la de quienes siempre han triunfado, tiene una coherencia, una linealidad, a la que no podemos aspirar quienes queremos recuperar la memoria de los vencidos, que es necesariamente fragmentaria. Cada avance que logramos hoy en el camino de la expansión de derechos, de la justicia social y la afirmación latinoamericana convoca necesariamente esos momentos del pasado. Hay que tener la disposición para recibirlos porque en este presente también ellos encuentran un nuevo sentido. 


En CUADERNOS POR UNA NUEVA INDEPENDENCIA. Pensar la Argentina entre dos Bicentenarios. Nº 1. Setiembre de 2014. Ministerio de Cultura. Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional.

(*) Eduardo Jozami, Doctor en Ciencias Sociales y profesor titular consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Profesor del Posgrado en Historia de la Untref. Hoy dirige el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, en el predioque ocupara la ESMA.


No hay comentarios:

Publicar un comentario