La
discusión sobre el pensamiento nacional y las tradiciones políticas argentinas.
Pasado y presente de la tradición nacional popular
Por Eduardo Jozami (*)
ES CORRIENTE ASIGNAR A LA TRADICIÓN UN sentido conservador. La idea se vincula con la herencia
cultural, la afirmación de legados, el rescate de momentos y figuras del pasado:
todo ello podría considerarse a contramano de la tendencia dominante desde la
emergencia de la Modernidad que afirmó la creencia en un progreso ilimitado como norma del
desarrollo de las sociedades.
Sin
embargo, a pesar de que allí se generaba una mirada optimista hacia el futuro,
desde entonces los cambios más radicales han buscado siempre su anclaje en el
pasado. La Revolución Francesa que quiso fundar de nuevo la historia,
instalando un nuevo calendario, inspiró su liturgia en la república romana y,
también, en los escritos de Mariano Moreno, que están en el origen de nuestro
proceso emancipador, donde las referencias a Rousseau y a otras novedades del
pensamiento de la Ilustración se acompañan con citas de la más antigua
legislación foral española.
Toda
tradición se construye y redefine a partir de las necesidades del presente. La llamada
“tradición nacional popular argentina” no constituye una excepción. Múltiples expresiones
de resistencia de los caudillos provinciales a la hegemonía porteña jalonaron las
primeras décadas de vida independiente, hasta que se consolidó el proyecto de
inserción dependiente del país en el mercado mundial.
El
radicalismo, en su lucha por la reivindicación del sufragio, retomó esas
tradiciones del federalismo como movimiento popular del siglo XIX. Sin embargo,
Hipólito Yrigoyen se cuidó de poner
límites a esa filiación, en la medida que pudiera excluir el legado del
liberalismo argentino: en un país donde el fraude y la violencia política que
excluía a las mayorías reinaban de hecho pero cuya Constitución Nacional no
establecía restricciones al voto universal masculino, este derecho a la
participación electoral podía fundarse también en la norma liberal de1853.
Más
tarde, la tarea realizada por Forja, en la década de 1930, profundizó el legado
radical acentuando sus aspectos más populares y generó un discurso nacionalista
en lo económico que trascendía el pensamiento de Yrigoyen. Más allá de las
complejidades de la relación entre Perón y los forjistas, no caben dudas de que
el de Arturo Jauretche y sus compañeros sería el principal aporte doctrinario
al peronismo, movimiento al que se incorporarán muchos dirigentes radicales. A
izquierda y derecha del espectro político, también otros grupos se incorporaron
al nuevo movimiento.
Perón
retomará desde la Secretaría de Trabajo los proyectos de leyes laborales presentados,
en su momento, por los diputados socialistas y, a pesar de la oposición cerril
de los dirigentes del PS, ingresarán
al peronismo muchos dirigentes sindicales del socialismo, junto a intelectuales
nacionales como Manuel Ugarte, que siempre enfrentaron la línea liberal dominante
en el partido.
En
cuanto al Partido Comunista, Rodolfo Puiggrós, principal de las figuras
escindidas a comienzos del gobierno de Perón, se convertirá en una de las
fundamentales referencias intelectuales para el peronismo setentista.
En
la formación del discurso del peronismo de la resistencia también tendrían gran
influencia intelectuales de origen trotskista y de la izquierda nacional, entre
los cuales Jorge Abelardo Ramos fue el más notorio.
Luego
de los intentos frustrados por constituir tradiciones de las llamadas “terceras
fuerzas”, que no llegaron siquiera a consolidarse como identidades políticas,
la emergencia del kirchnerismo abre a comienzos del nuevo siglo otra etapa del movimiento
popular. El tronco principal de esta experiencia, que rescata al movimiento creado
por Perón de la ciénaga menemista, proviene del justicialismo, pero la presencia
de otras vertientes es, sin embargo, significativa. Esta composición plural se
suma a la originalidad del discurso kirchnerista y al dato cierto de que muchos
dirigentes provenientes del Partido Justicialista –que siguen expresando el
giro neoliberal de los años 90–militan en contra del actual proceso político, para
advertir que el kichnerismo constituye claramente
un momento político diferenciado en relación con el peronismo originario.
Un
recorrido tan sumario y elemental por nuestra historia política sólo se
justifica por la necesidad de enunciar algunas conclusiones.
Resulta
evidente que las fuerzas asociadas a la tradición nacional popular–en la que
incluimos al radicalismo yrigoyenista–han ocupado siempre el centro de la
escena en los momentos de transformaciones profundas en la vida política y en
la sociedad argentina, pero también es cierto que, en cada caso, se han
constituido nuevos alineamientos que modificaron el cuadro político
preexistente, y que el discurso de las nuevas fuerzas recepta contenidos y
formas del lenguaje y la acción política que provienen de diversas corrientes
ideológicas y tradiciones culturales.
Nada
más lejos de reflejar este proceso rico y contradictorio que la postulación de
una tradición nacional compacta, un pasado ya plenamente configurado en el que
podamos encontrar soluciones a todos los interrogantes.
En
consecuencia, la referencia al revisionismo histórico –aporte fundamental hace
más de un siglo para cuestionar la visión liberal de la historia argentina– mal
puede agotar la consideración de los problemas que hoy plantea la cuestión
nacional popular. En principio, porque no se trata de afirmar una línea única
que en cada circunstancia haya expresado la posición nacional sino de recoger
todos los aportes que, muchas veces desde trincheras diferentes y hasta
enfrentadas, se han hecho para la construcción de la memoria popular y el
proyecto emancipador.
Por otra parte, por
razones de época, poco encontraremos en el revisionismo sobre muchas cuestiones
que interpelan hoy a la cultura nacional popular: la historia de los
trabajadores y las mujeres, el pasado de las izquierdas o los nuevos temas
vinculados a la expansión de derechos, a una igualdad más plena y al reconocimiento
de la diversidad sexual.
En
suma, concebimos una tradición nacional popular renovada y abierta a recibir todos
los aportes, un texto que está siempre reescribiéndose, antes que el Gran Libro
en el que ya se encontrarían todas las respuestas. Una cantera de pensamientos y
experiencias en la que debemos sumergirnos con la pasión del coleccionista o el
buscador de perlas –como quería Walter Benjamin– para recoger otras voces y
recuperar episodios menos frecuentados.
La
historia oficial construida desde el poder, la de quienes siempre han
triunfado, tiene una coherencia, una linealidad, a la que no podemos aspirar
quienes queremos recuperar la memoria de los vencidos, que es necesariamente
fragmentaria. Cada avance que logramos hoy en el camino de la expansión de
derechos, de la justicia social y la afirmación latinoamericana convoca necesariamente
esos momentos del pasado. Hay que tener la disposición para recibirlos porque
en este presente también ellos encuentran un nuevo sentido.
En CUADERNOS POR UNA NUEVA
INDEPENDENCIA. Pensar la
Argentina entre dos Bicentenarios. Nº 1. Setiembre de 2014. Ministerio de
Cultura. Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional.
(*)
Eduardo
Jozami, Doctor en
Ciencias Sociales y profesor titular consulto de la Facultad de Ciencias Sociales
(UBA). Profesor del Posgrado en Historia de la Untref. Hoy dirige el Centro
Cultural de la Memoria Haroldo Conti, en el predioque ocupara la ESMA.
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